El
mundo patas arriba, el sol se escondía entre las montañas, y a la luna no le
daba la gana de salir. Las arañas tejían bufandas y las telarañas se
desgastaban. Las hormigas descansaban y los peces dejaban de nadar para sacar a
relucir sus escamas.
Un arco iris continuo la abrazaba con su color.
El
cerrojo de sus lágrimas se abría y se cerraban sus oídos, ya no había sonido audible.
Buscaba la luna para sentirse más fuerte y en ese instante se apagaba su aura.
Se arrepentía
de cada una de las huellas plasmadas en el barro, pues por alguna extraña
razón, no las sentía suyas, les faltaban algo.
Distraída
caminaba buscando su contorno, su espalda acariciable, sus labios comestibles,
sus suaves manos, su marcado torso, sus brillantes ojos, sus largas pestañas,
su latente corazón…
Fue entonces
cuando despertó y se enamoró del recuerdo de ese mundo, que sin él, había
perdido la cordura.
Sandra